Se acerca el verano peligrosamente y yo que todavía no me he recuperado
del todo del embarazo fui una intrépida al pensar que podría probarme la moda
de este verano sin más…sin pensar en que hace unos meses tenía una panza
enorme, unos 10 kilos extras y un pequeño bichito con ganas de juerga en la
tripa. Bueno, vale…ya sé que han pasado 8 meses y que lo mismo debería haberme
esforzado un poquito más en perder el extra de equipaje que, tras el parto,
sigue pegado a mí con fuerza, pero he tardado más de lo que me gustaría en
volver a comer como una persona normal.
A ver, yo soy de esas mujeres que durante el embarazo me
cuidé mucho, controlaba lo que comía, lo que bebía, el ejercicio que realizaba
y caminaba un montón…pero cuando llegó el momento de la lactancia las cosas cambiaron
radicalmente. Después de cada toma me quedaba hambrienta y sedienta (pasaba de
ser una hidratada aceituna a una pasa arrugada y seca) y el problema es que no lo
solucionaba con una zanahoria o una lechuga, el cuerpo me pedía dulce,
magdalenas, donuts, helados o galletas. Puestos a confesar, os digo que con los
sacrificios que había realizada durante 9 meses, decidí que había llegado la
hora de darme unos buenos homenajes dando rienda suelta a mi apetito y claro el
resultado es el que es…El verano asoma las orejitas por el horizonte y yo todavía
tengo 3 kilos de más en mi cuerpo serrano (si son más no voy a compartirlo)
El caso es que como he podido meterme en mis pantalones de
antes de estar embarazada me dio por pensar que esos kilitos estarían repartidos
de forma uniforme por todo mi cuerpo de tal manera que, aunque la báscula (que
no miente) me diga que sigo fuera de mi peso normal, tal vez no se noten. ¡ERROR¡
Un kilo tal vez no se note, dos…podría
engañar al ojo, pero tres kilos son difíciles de ignorar. Lo malo, que me di
cuenta de este hecho metida en el probador de Oysho ante la atenta mirada de mi
pequeña Adriana, que estoy segura que si hubiera podido expresarse habría dicho
algo así como: “mamá por favor, mamá por favor, ponte algo que te tape más”. Eso
fue lo que pensé yo al verme embutida en aquel bañador rojo con aberturas en
los laterales. Para que os hagáis una idea, aunque después esa imagen os quite
el sueño, era algo así como si a una salchicha le pones varias gomas elásticas alrededor.
Nada quedaba donde tenía que quedar y esos kilillos de más salían por donde no tenían
que salir. Vaya imagen grotesca de mi misma que me llevé de recuerdo de aquel
probador.
Sé que estaréis pensando que lo mismo podía haberme probado algún
bañador menos atrevido, pero en aquel momento de optimismo máximo me pareció un
buen punto de partida. Ya os digo que con el ánimo que se me quedó después, he decidido
dejar por el momento las incursiones a
las tiendas donde vendan ropa de baño y de paso a las que venden ropa normal también
por que entre que cada día hacen la ropa más pequeña y la que me gusta no pasa de la talla M, llevo
semanas sin comprarme nada…mi bolsillo lo agradece pero mi armario esta de lo
más aburrido.
Sé que algunas de las personas que estáis leyendo esto os
sentís identificadas con lo que os acabo de contar y solo quiero deciros que lo
mejor es tomarlo con humor. Las cosas volverán a su sitio tarde o temprano, así
que paciencia y pensar que lo que ahora nos “sobra” nos hará falta para aguantarles
el ritmo a los pequeños. A mí me gusta pensar que son reservas para cuando
Adriana empiece a andar (llamadme optimista).
PRONTITO
MÁS EXPERIENCIAS DE ESTA
NUEVA ETAPA DE MI
VIDA
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